Desde pequeña me han gustado muchos los cuentos, esos pequeños relatos llenos de criadas, princesas, duendes y animales, en los que de una manera breve te contaban una historia y donde siempre había una moraleja, para ir aprendiendo valores de la vida.
Desde hace unos meses, el cuento de "El pastorcillo mentiroso" o "Que viene el lobo" forman parte de mi vida, y así es como me siento: a veces pastorcillo y otras la gente del pueblo.
Cuando digo que me siento pastorcillo no es porque mienta, sino todo lo contrario: yo digo algo y no hay ninguna reacción y eso conlleva a estar como si no hubiese dicho nada.
Cuando me siento la gente del pueblo es por oír continuamente excusas, mentiras, falsas esperanzas... Y en este punto del cuento, ya me he tragado tantas veces "que viene el lobo" que ya no me creo nada.
Así que he decidido dejar de sentirme pastorcillo y también dejar de sentirme la gente del pueblo para convertirme y ser el lobo del cuento.
Y es que la confianza, la lealtad, la sinceridad y la humildad deben de ir de la mano para no acabar solos. Y antes de dar estos valores a los demás tenemos que pararnos 5 minutos de nuestra vida para ser sinceros y honestos con nosotros mismos, y después pensar en los demás, ya que cuando se pierde la confianza en cualquier ámbito : amoroso, amistad, profesional o político nada vuelve a ser igual.
Y ahora os dejo el cuento para que me entendáis un poquito mejor.
CUENTO DE "EL PASTORCILLO MENTIROSO" o "QUE VIENE EL LOBO"
Erase una vez un pastorcillo que cuidaba las ovejas de todo el pueblo. Algunos días era agradable permanecer en las colinas y el tiempo pasaba muy de prisa. Otros, el muchacho se aburría; no había nada que hacer salvo mirar cómo pastaban las ovejas de la mañana a la noche.
Un día decidió divertirse y se subió sobre un risco que dominaba el pueblo.
-¡Socorro! -gritó lo más fuerte que pudo- ¡Que viene el lobo, que viene el lobo y devora las ovejas!
En cuanto los del pueblo oyeron los gritos del pastorcillo, salieron de sus casas y subieron corriendo a la colina para ayudarle a ahuyentar al lobo… y lo encontraron desternillándose de risa por la broma que les había gastado. Enfadados, regresaron al pueblo y el chico, todavía riendo, volvió de nuevo a apacentar las ovejas.
Una semana más tarde, el muchacho se aburría de nuevo y subió al risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo, que viene el lobo y devora las ovejas!
Otra vez los del pueblo corrieron hasta la colina para ayudarle. De nuevo lo encontraron riéndose de verles tan colorados y se enfadaron mucho, pero lo único que podían hacer era soltarle una regañina.
Tres semanas después el muchacho les gastó exactamente la misma broma, y otra vez un mes después, y de nuevo al cabo de unas pocas semanas.
-¡Socorro! -gritaba- ¡Que viene el lobo, que viene el lobo y devora las ovejas!
Los buenos vecinos siempre se encontraban al pastorcillo riéndose a carcajada limpia por la broma que les había gastado.
Pero… un día de invierno, a la caída de la tarde, mientras el muchacho reunía las ovejas para regresar con ellas a casa, un lobo de verdad se acercó acechando al rebaño.
El pastorcillo se quedó aterrado. El lobo parecía enorme a la luz del crepúsculo y el chico sólo tenía su cayado para defenderse. Corrió hasta el risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo, que viene el lobo y devora las ovejas!
Pero por más que gritaba, nadie en el pueblo salió para ayudar al muchacho, pues pensaron que era otra de sus bromas.
-Nos ha gastado la misma broma demasiadas veces -dijeron todos-
Y así es como el pastorcillo perdió todas sus ovejas, porque nadie cree a los mentirosos, ni siquiera cuando dicen la verdad.
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